El criptoarte es una manera de lograr que las obras artísticas creadas en soportes digitales sean únicas y, por tanto, más valiosas a los ojos de los compradores. Normalmente las obras digitales son particularmente fáciles de reproducir, debido a su naturaleza desmaterializada, pero una nueva tendencia está extendiéndose en la que cada obra puede vincularse con un token no fungible (TNF). Estos TNF poseen un número de identificación único asignado a cada obra, cifra que se coteja con una base de datos distribuida, actualizada y compartida por una red de ordenadores, la blockchain.

Esa base de datos se organiza en una serie de bloques descentralizados, cada uno de los cuales lleva al siguiente de forma secuencial. De esta forma, aunque se pueden realizar copias del original, cada vez que se produce una transacción que implique ese TNF en particular -compra, venta, donación- los datos se registrarán con un sello de tiempo, para después ser validados en toda la blockchain, lo que permite conservar un historial de todas las transacciones realizadas con él. Dado que la base de datos está descentralizada, no existe una ubicación en la que esa información pueda ser manipulada; cada ordenador debe acordar con todos los demás que la transacción es válida.

Eso significa que la propia naturaleza de blockchain verifica que sólo haya una cuenta capaz de poseer un TNF en un momento dado, elemento importante para la seguridad y evitar duplicidades. La forma de comprobar que una nueva transacción es válida es asegurándose de que todos los bloques que la preceden en la cadena son exactos, lo que se hace resolviendo un rompecabezas matemático relacionado con su cifrado.

Coste energético y valor

Por razones de seguridad, ese cifrado es tan complejo que la forma más eficiente de resolver el rompecabezas es simplemente generar números aleatorios para usarlos lo más rápido posible, con una recompensa en criptomonedas para la persona que primero resuelva el rompecabezas y valide el lote de transacciones, lo que se denomina minería. Ahora bien, debido a estos incentivos, se están destinando enormes cantidades de potencia de cálculo en todo el mundo a la minería, y todos esos ordenadores necesitan electricidad.

Por otro lado, uno de los aspectos positivos del criptoarte es que hace que varias formas de expresión que son más difíciles de vender según los esquemas de valor tradicionales, como gifs, gráficos en movimiento o las pantallas interactivas, sean viables para todos los artistas. Y se pueden colgar en la pared, como el arte tradicional, gracias a un marco digital o similar. En cuanto a su valor, es el que alguien esté dispuesto a pagar por ello.

El precio del criptoarte, también como el del arte normal, varía enormemente. En los últimos meses se ha hablado del gif de Nyan Cat de 600.000 dólares o del último álbum vendido como TNF de Kings of Leon, cuya compra da acceso a unas serie de privilegios. Ambos son ejemplos de criptoarte. Porque un TNF puede ser cualquier objeto digital (dibujos, música, gifs…); por ejemplo, una flor digital se ha vendido recientemente por 20.000 dólares, un vídeo en bucle por 26.128 y un clip de LeBron James 99.999. La artista Grimes, por su parte, acaba de vender en una subasta varias obras digitales por valor de unos 6 millones de dólares.