Por suerte o por desgracia, los móviles se han convertido en unos eficientísimos ‘canguros digitales’. Cuando los adultos no podemos (o no queremos) prestar toda la atención que requiere un niño pequeño, les dejamos nuestros teléfonos inteligentes para que se entretengan. En lo que requiere a la gestión del tiempo, todos ganamos. Los niños están entretenidos y los mayores podemos poner nuestra atención a otra actividad. Otra tema es el impacto negativo que tiene en la conducta de un niño la sobre exposición a dispositivos digitales, pero para eso escribiremos otro post.

Por naturaleza, los niños son curiosos. Aunque les pongas un vídeo de sus dibujos favoritos, al cabo de pocos minutos siempre empiezan a interactuar con el teléfono, curioseando, buscando por buscar.

El trabajo de los ingenieros que han desarrollado estos teléfonos es tan excelente que la Experiencia de Usuario (por su traducción del inglés, UX) es tan sencilla, que hasta un niño de tres o cuatro años se maneja con total soltura ante la interfaz de un teléfono inteligente.

Esa curiosidad innata de los niños les lleva a abrir aplicaciones, dejándose guiar por las ‘llamadas a la acción’ diseñadas en cada aplicación. En muchas ocasiones, incluso acaban entrando en las tiendas de apps como Google Play o App Store.

Y ahí está el riesgo. En este post os queremos transmitir la historia real de @FelixGardel, padre de un niño de 9 años que, gracias al intuitivo diseño de Google Play se convirtió en un ‘minihacker’ sin saberlo. Para colmo, se gastó todo el dinero que había acumulado en el monedero.

Aunque esta historia ‘acaba bien’, porque Google Play devolvió rápidamente el dinero gastado por el niño y todo quedó en una anécdota, es importante que todos los padres tomen conciencia del riesgo que implica dejar un móvil a un niño”, advierte Hervé Lambert Global Consumer Operations Manager de Panda Security.

En concreto, el pequeño estaba jugando a Roblox, una de las plataformas de juegos online más populares entre niños y adolescentes, y quiso comprar unos trajes para uno de sus personajes. Para adquirirlos hay que comprarlos en Google Play. Y, aunque Google deja bien claro que esa acción implica un pago con dinero real, el niño que con su edad no es consciente todavía de lo que supone gastar dinero, avanzó en el proceso de compra pinchando en las “llamadas a la acción” hacia la compra.

Al llegar al final del proceso de compra, el niño se encontró con la última ventana en la que Google pide que se confirme la contraseña para efectuar la compra. Hasta ahí, todo tiene sentido y todos nos sentimos a salvo de ‘pequeños minihackers caseros’.

Sin embargo, en esa última pantalla del proceso de compra aparece el clásico enlace para restaurar la contraseña en caso de que se haya olvidado. Y es justo en ese momento en el que todo se convierte en un riesgo para la seguridad del monedero virtual de los padres.

Por comodidad, la mayoría de las personas hace que las aplicaciones recuerden las contraseñas, en especial aquellas que se gestionan desde diferentes apps. Es el caso de Google Play y Google Chrome. Como ambas tienen que acceder con el mismo usuario a diferentes servicios, el niño consiguió con un simple click que la app de Play, enviara un mensaje directo a Chrome con la contraseña que estaba solicitando.

Como avanzábamos al principio, la historia tuvo final feliz. La política de devoluciones con la que cuenta Google es muy operativa y Félix pudo pedir un reembolso que se hizo real en pocas horas.

Sin embargo, el riesgo de que no nos demos cuenta o de que nuestros hijos compartan este tipo de ‘aprendizajes’ con sus amigos, es muy elevado. Por ello, no sólo hay que contar con las medidas de seguridad que vienen de serie en los teléfonos y demás dispositivos digitales. Una capa extra de seguridad siempre vendrá bien de cara a evitar miradas indiscretas de hackers y ‘minihackers’.

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