Publicado por Ana Etxebarria

Las redes sociales se han convertido para la gran mayoría de los adolescentes en una extensión del patio del colegio, con todo lo que esto implica: diversión, flirteo, momentos dramáticos, crueldad ocasional y por qué no, también con sus destellos de madurez.

Es igualmente cierto que el uso que nuestros hijos hacen de los medios electrónicos supone para nosotros la nueva gran barrera generacional. Como consecuencia, y si queremos estar cerca de ellos, no nos queda más remedio que cambiar nosotros también nuestra forma de actuar. El resultado de esta adaptación es que hablamos con ellos cada vez más de sus amistades on-line y entendemos que la influencia de los medios sociales es imparable y parte fundamental de su crecimiento.

Según algunos estudios recientes, el 95% de los jóvenes de entre 12 y 17 años están en internet y de estos, un 80% están en las redes sociales. El comportamiento en las redes sociales no difiere gran cosa de la vida real. El ciberacoso y la intimidación existen, igual que existen en la calle. Pero al parecer, podemos estar relativamente tranquilos, ya que la mayoría de los adolescentes, cuando se les pregunta por sus referentes para moverse en el mundo on-line, nos mencionan a nosotros, ¡sus padres!

Otro dato estadístico que no deja de ser curioso es que alrededor de un 80% de los padres que utilizan las redes sociales y cuyos hijos también las usan, son “amigos”.

Esta “amistad” nos pone en el gran dilema de optar por ser “padres vigilantes”, y por lo tanto vigilar las webs por las que navegan, utilizar software de control parental, etc… o ser “padres confiados” que optan por dejar que la libertad y el buen criterio que presuponen a sus hijos prevalezca.

Si hacemos caso de las cifras que varios estudios han publicado, solo un pequeño porcentaje de padres, en torno a un 15%, opta por la opción B, es decir, por confiar en el buen criterio de sus hijos y no espiar todos sus movimientos. Personalmente la cifra me parece escandalosamente baja.

Yo soy madre de familia numerosa y por mi edad también pertenezco a  la generación de niños que socializaban en el patio del colegio, y os puedo decir que entonces también había los mismos dos tipos de padres que hay ahora. Los que desconfiaban de sus hijos aún cuando estos no les hubieran dado ni un solo motivo para ello y los que confiaban en ellos. Afortunadamente mis padres pertenecían a este último grupo, aunque viví muy de cerca a los padres de varias de mis amigas cuya desconfianza era en ocasiones cuasi enfermiza.

¿Por qué desconfiar de un hijo si le conoces bien, existe una comunicación fluida, eres su referente y nunca te ha dado ningún motivo para ello? ¿Qué es eso que nos da tanto miedo y nos hace cometer semejante acto de intrusión?

No hace mucho hablaba con un conocido que me contaba que él tiene instalado un software espía (no se me ocurre otra forma de llamarlo) en el ordenador de su hijo de 11 años y que sabe absolutamente todos los movimientos del niño en la red; a qué juegos juega, qué páginas visita, cuánto tiempo está en cada página, qué fotos descarga o publica, con quién chatea, qué conversaciones mantiene en esos chats… ¿No es terrible? Es como fisgar en el diario íntimo de una persona, como pinchar el teléfono o como poner cámaras de vigilancia ocultas en cada habitación de la casa.

¿Qué creéis que nos lleva a estos extremos? Me encantaría que me hicierais llegar vuestros puntos de vista y vuestras propias experiencias.