Publicado por Ana Etxebarria

Cuando mi niña mayor cumplió 13 años, estrenó un smartphone, dio de alta sus cuentas en Facebook y Pandora y se dio un festín de descargas de apps hasta caer rendida. Ese mismo día, mi recién estrenada adolescente, perdió gran parte de la protección de su privacidad on line.

Los juegos on line que usa conocen su ubicación exacta en todo momento a través de la tecnología GPS del teléfono. Ha dado mi número de la VISA para poder comprar apps nuevas, iTunes tiene ya nuestra dirección de email familiar y nuestros nombres completos y  Facebook sabe su fecha de nacimiento y la escuela a la que asiste.

A una edad en la que aún no dejo que vaya sola a un centro comercial y cuando aún tiene prohibido abrir la puerta a extraños, mi niña ya tiene un dossier cada vez mayor acumulándose en la Web. Y si bien hay leyes que protegen a los usuarios de Internet más jóvenes de intercambiar excesiva información sobre sí mismos, una vez estos niños se convierten en adolescentes, las reglas de privacidad desaparecen de un plumazo.

Dejando de lado el hecho de que se puedan aprobar leyes que regulen más o menos estos temas,  los expertos en el desarrollo de los adolescentes dicen que los jóvenes entre 13 y 18 merecen especial atención y que los adolescentes se encuentran entre los usuarios más voraces y precoces de los nuevos servicios de Internet, tomando constantemente decisiones adultas con consecuencias de adultos. Pero, de acuerdo con estos expertos, “Su capacidad para tomar decisiones se está todavía formando y claramente difiere de la de los adultos.”

Con pocas restricciones, los adolescentes están creando registros digitales que algún día también pesarán en su reputación off line. Todas las inocentes actualizaciones de estado, tweets y check-ins en lugares específicos podrán ser vistos por los posibles empleadores, compañías de seguros o universidades.

Aunque las empresas de Internet dicen que solo se dan datos personales con el permiso del afectado y que en teoría los padres podemos establecer controles de seguridad sobre sus teléfonos y ordenadores, las oportunidades de compartir información en línea son tantas y tan rutinarias que no se detienen a pensar en sus posibles consecuencias.

Por otro lado, esto ya no es el futuro. Es el presente y está aquí para quedarse. No sirve de nada convertirse en una madre paranoica y restrictiva, ya que las posibilidades que tienen de acceder a la Web son infinitas. Por lo tanto, una vez más, creo que la única forma de quitarnos estos miedos de encima es educándoles en el mundo on line igual que desde hace generaciones venimos haciendo con el mundo off line. Ayudándoles a tomar decisiones razonadas, dándoles la confianza suficiente como para que cuenten con nosotros cada vez que cometan un error, y conociendo nosotros de primera mano todos esos sitios, juegos y apps que tanto les gustan.

Vosotros, ¿qué pensáis?