Mucho más que ‘Por Trece Razones’ por las que vigilar la ‘Euphoria’ de los niños con su primer móvil

Desde la época de los neandertales uno deja de ser un niño y se convierte en un hombre o mujer tras pasar por ciertos rituales. Por aquellos entonces, para convertirse en un hombre, un chico de las cavernas tenía que matar un bisonte.

Con el paso de los siglos estos ritos fueron cambiando, pero nunca dejó de haber un momento clave en la vida de los niños en el que abandonaban la infancia. A día de hoy ha cambiado la tecnología y los hábitos sociales, pero seguimos manteniendo los ritos que constatan el fin de la infancia. Ahora, en lugar de tener que cazar un gran cuadrúpedo o dar una fiesta con un vestido de noche, los niños dejan de ser niños cuando tienen su primer móvil.

Nuestra sociedad entiende que ya se puede tener un dispositivo, con pleno acceso a Internet sin que nadie sepa qué están haciendo o con quién están conversando, a una edad ciertamente temprana. No juzgamos si es bueno o malo. Es un hecho.

Por medio de los móviles, los niños empiezan a ver el mundo a través de una pantalla mucho antes de verlo y tocarlo con sus ojos y sus manos. Pero, principalmente, se convierte en una herramienta con la que demostrar que ya son mayores, con la que pueden estar conectados con el resto de sus compañeros.

Sin embargo, las alertas sobre el consumo excesivo de tiempo delante de pantallas, no solo por parte de los niños, también de los adultos, no dejan de sonar. Y aun así, muchos padres siguen sin entender que la viralización de una foto, como le pasó a Hanna Baker en el primer capítulo de la serie de Netflix “Por Trece Razones”, puede acabar en una desgracia.

Para los adultos que no son nativos digitales, la llegada de Internet ha cambiado la forma de ver el mundo y de relacionarse con él. Desde la generación Millennial hacia atrás, todo el mundo es consciente de que vivimos en una sociedad dominada por la contaminación de las fake news; la dificultad de profundizar en las relaciones personales porque la tecnología hace que, en muchas ocasiones se quede sólo en la superficie; la viralización de fotos picantes de unos chavales muy lejanos a los que Internet destrozó la vida; o la destrucción de la vida privada de aquel influencer que se hizo tan popular que no podía soportar el peso de la fama. Aun así, parece que sigue sin haber una conciencia común sobre el uso excesivo de teléfonos móviles.

Entre tanto, “a los adolescentes de la actualidad, a la denominada Generación Z, el tiempo que se está conectado al móvil es sinónimo de estar con los amigos, aunque ni hablen ni interactúen con ellos. A toda esta generación le ha caído toda la sociedad de la información de golpe, como un potente mazazo que reduce su capacidad de discernir entre lo que es bueno, lo que es malo, en quién pueden confiar o cuáles son los límites de lo sensato”, advierte Hervé Lambert, Global Consumer Operations Manager de Panda Security.

Es el caso de las vivencias de Rue, la protagonista de la aclamadísima serie de HBO Euphoria, una adolescente que vive una soledad atroz, cuyas únicas salidas son las drogas y la conexión con sus iguales a través de Internet.

Cierto es que las drogas y la soledad no son nada nuevo, que los estupefacientes fueron la lacra social del siglo XX y que el neanderthal que tenía que cazar un mamut por primera vez también se sentía solo ante un mundo desconocido e incomprensible. Pero el mundo lleno de hipervínculos y apps que transportan a los adolescentes en tiempo real a cualquier lugar del universo ha hecho que hoy estén, todavía más perdidos que todas las generaciones anteriores.

El porno y la desvirtuación que enseña sobre las relaciones entre las personas está accesible para cualquier niño con un teléfono móvil o una smart tv cuando sus padres no están mirando. Pero, principalmente es otra de las razones por las que el mundo que se ve en Euphoria es el mundo real.

Es bastante improbable que el cóctel de trastornos mentales, conductas tóxicas, ilusiones frustradas y sexualidades perdidas que se ven en la serie se dé en el mismo grupo de amigos. Pero, lo que es completamente real es que todos los personajes de Euphoria existen en la vida real y que, por medio de un teléfono móvil, cualquier niño o adolescente puede conocerlos uno a uno, independientemente de dónde estén y hacerse amigo de ellos, o simplemente convertirlos en su ejemplo a seguir.

La generación Zeta es la primera en la que todos sus miembros son nativos digitales, toda esa generación que no nació con un pan bajo el brazo sino con un smartphone, no tienen forma de saber cómo era la vida antes de Internet.

El móvil es una puerta tecnológica a todo el mundo, tanto a lo bueno como a lo malo. Y es un acceso ilimitado con miles de millones de nodos que conectan unas realidades con otras. El hecho de pensar que un padre puede controlar todos estas puertas es naive. Al igual que es impensable que un progenitor, por el mero hecho de serlo, pueda interferir en una cadena de blockchain sin servirse del software las más puntero, es impensable que los padres puedan controlar el uso que hacen sus hijos de la tecnología sin servirse de otra tecnología.

Por todo ello, “debemos enseñar a nuestros hijos de los riesgos de internet, pero los padres tenemos la obligación para con ellos de aprender a usar la tecnología para ayudarlos, educarlos y guiarlos en un mundo en el que hay demasiadas posibilidades de vivir la serie Euphoria en primera persona”, apostilla Hervé Lambert.

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