Publicado por Ana Etxebarria

Hace un par de fines de semana mi familia “sufrió” un viaje en coche de más de seis horas. Aunque en el coche no tenemos sistema de DVD, el viaje fue menos terrible de lo esperado gracias a que los niños llevaban casi desde el principio nuestros iPads. Con sus 6 y 5 años saben ya perfectamente jugar o buscar vídeos en YouTube. A partir de ese momento, y durante un buen rato no hubo más niños.

Más tarde me di cuenta de que lo que yo pensaba que era un rato jugando o viendo vídeos, había sido en realidad un rato ¡¡filmando!! vídeos. La nuca de su padre y la mía, junto con nuestra cháchara  intrascendente, habían sido lo que había tenido entretenida a la niña durante un buen rato. Por supuesto, no había ningún contenido censurable, a pesar de que nosotros creíamos que los niños viajaban concentrados en sus juegos.

Esta anécdota me ha hecho recordar dos casos recientes de padres en YouTube. Uno de ellos salió hace no mucho en todos los telediarios y muestra a un padre, de profesión juez,  pegando a su hija. La entonces niña agredida, lo publicó con la intención de dar a conocer el abuso y evitar que su hermana pasara por lo mismo. Su enorme repercusión  llevó a la sociedad a condenar la conducta del padre y la polémica terminó con una orden de alejamiento de la hija menor.

El segundo, es un vídeo mucho más breve y tierno en el  que se ve a un perrito reaccionar ante la rabieta de un niño, imitando sus lloros. Los espectadores pueden escuchar a la mamá del bebé riéndose mientras lo graba. Éste es el vídeo

Pero este vídeo también tuvo su respuesta airada en Internet y mientras que la feroz reacción de la sociedad al primer vídeo es fácilmente justificable, algunos comentarios sobre el segundo no lo son tanto, al menos en mi opinión.

La mamá se sintió agredida personalmente y se vio en la necesidad de publicar una respuesta en un blog en la que habla del impacto inesperado del vídeo, y de los comentarios anónimos que en algunos casos la tachan de mala madre por no hacer “nada” mientras el bebé llora. Esto es un extracto de su carta:

“Al principio estaba furiosa – Es evidente que esta persona no tiene hijos, ya que si no sabría que educar a un niño de 2 años no consiste en cogerle en brazos cada vez que tiene una rabieta. Espera… ¿quiere esto decir que la gente va a pensar que soy un mala madre después de verlo? Pues se acabó, no más vídeos. ¿Qué pasa si los servicios sociales se presentan en mi casa y me dicen que después de haber visto el vídeo estoy criando a mi hijo incorrectamente? ¿Me podría defender?

Y la pregunta es justo esa. ¿Podría?, ¿Debería hacerlo?

En el caso del juez Adams el vídeo mostraba el abuso. Es bueno que los abusadores sepan que deben estar preocupados. Pero, ¿debemos los demás estar también siempre alerta?

Cada vez más YouTube es parte de nuestras vidas como padres. Se están subiendo videos continuamente y pronto, nuestros hijos podrán dar a conocer nuestra vida privada sin maquillaje de ningún tipo ni cortes de edición, y en ella quedarán reflejados nuestros discutibles métodos educacionales y cada uno de nuestros errores diarios.

¿Qué pasaría si mi hija hubiera grabado a escondidas mi estado de ánimo pesimista de esta mañana y lo hubiera enviado por correo electrónico a sus contactos? O bien, ¿qué pasa con los que yo considero los momentos alegres, como cuando mis niños juegan a hacer carreras alrededor de la manzana? Podría grabarlo y enviárselo a los abuelos, pero si la escena se retransmitiera en YouTube, otras personas podrían criticar de forma anónima mi decisión de dejarles gritar y correr. ¿Les habría dejado hacerlo si supiera que se iba a retransmitir?

¿Significa la era de la electrónica que los padres nos estamos convirtiendo en una especie de Show de Truman real criando a nuestros hijos en vivo y en directo, como si de Gran Hermano se tratase?

Si esto fuera así, ¿creéis que la pérdida de espontaneidad nos haría ser mejores padres?