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Ha pasado casi una década desde que los Furby llegaran al mundo para revolucionar el sector de los juguetes infantiles. Aquello solo era el principio. Ahora, la Navidad sirve cada año para lanzar nuevos compañeros para los más pequeños que, cómo no, van acompañados de sus respectivas aplicaciones y son capaces de mantener una conversación como si tuvieran vida. La internet de las cosas también se ha hecho presente en las jugueterías.

Sin embargo, este nuevo tipo de entretenimiento trae consigo ciertos riesgos para la privacidad de los niños. De hecho, un reciente estudio llevado a cabo por la consultora escandinava Bouvet demuestra que ciertas tecnologías incluidas en los modernos juguetes conectados a internet conllevan algunos peligros.

Según la investigación, la muñeca Cayla y el robot i-Que, dos juguetes estadounidenses que también se comercializan en algunos países europeos, distan bastante de ser los entretenimientos idóneos para los más pequeños.

Para empezar, cuentan con un sistema de reconocimiento de voz –el mismo que permite a los juguetes mantener conversaciones con sus pequeños propietarios–, creado por la compañía norteamericana Nuance Communications, que graba en todo momento las palabras de los niños y las envía a la propia empresa, que almacena todos los sonidos.

 

Más allá de esta vigilancia poco tranquilizadora a niños y niñas, otro riesgo que traen consigo ambos juguetes, según el estudio, es la publicidad encubierta: Bouvet ha descubierto que, en algunos momentos de las conversaciones, los juguetes hablan de otros productos, como películas de animación de empresas concretas.

Por si fuera poco, los investigadores también han descubierto que los juguetes son manipulables y que un ciberdelincuente podría ‘hackearlos’ para interferir a placer en las conversaciones con niños o robar las que ya estén grabadas.

No obstante, estos dos no son, ni mucho menos, los primeros casos que hacen saltar las alarmas en lo que respecta a un juguete inteligente. De hecho, algunas compañías llevan más de un lustro conectando el entretenimiento infantil más clásico a las pantallas de los móviles, no sin ciertos peligros. Hace solo un año, la séptima entrega de Star Wars llegaba también a las jugueterías con BB-8, un simpático robot que se podía controlar desde el ‘smartphone’ y que, tal y como se demostró poco después, podía ser ‘hackeado’ y secuestrado por un asaltante informático.

Hasta la mismísima Barbie fue acusada durante la pasada Navidad de suponer un peligro para los más pequeños. Hello Barbie, la muñeca interactiva que era capaz de conversar con los humanos y mejorar a base de aprendizaje automático, escuchaba sin parar a sus pequeñas interlocutoras en una suerte de espionaje que no hizo mucha gracia a asociaciones y padres.

Por tanto, lo mejor que puede hacer Papá Noel es asegurarse antes de dejar cualquier cosa bajo el árbol. Para empezar, es necesario asumir que, en mayor o menor grado, todos los juguetes inteligentes recogen algún dato de nuestros hijos. A partir de ahí, nada mejor que comprobar si algún estudio ha desvelado vulnerabilidades en un juguete de la internet de las cosas para disfrutar de una feliz Navidad sin sustos.