Publicado por Ana Etxebarria, 26/07/2012

Hace pocos días viví una situación a la que casi todos los padres nos vamos a enfrentar, sobre todo cuando nuestros niños entran en la adolescencia.  Uno de mis sobrinos presumía en una red social de haber tomado su primera copa y fumado su primer cigarro. 12 años.  Aún no sé, y no sé si lo sabré nunca, si se trató de una bravuconada de niño grande o de un hecho real. Pero sea como fuere, esto dio lugar a un gran dilema familiar de compleja solución:

¿Debemos espiarles o no?

En un mundo en el que a los seis años juegan online con desconocidos, a los 10 tienen sus propios smartphones y a los 13 (o menores) tienen perfiles en Facebook, puede parecer tentador pensar que el espionaje es la mejor arma que tenemos los padres para defenderles de cualquier potencial peligro. Ahora bien, para ser justos, los niños deberían saber siempre que les estamos espiando. Es decir, seríamos esos incómodos e indeseados “amigos” cuya invitación no les queda más remedio que aceptar. Como comentamos aquí mismo hace algunos meses en Mamá, ¿me estabas espiando?, si éste fuera nuestro caso, al menos no olvidemos respetar la “etiqueta” con ellos.

¿Cuánto debemos espiar a nuestros hijos?
¿Cuánto debemos espiar a nuestros hijos?

Además, plantearles ser sus “amigos” en Facebook es una forma de espionaje verdaderamente sutil y honrada. Un paso más allá van esos programas que nos permiten saber con exactitud los contenidos de los SMS que intercambian con sus amigos, las páginas exactas por las que navegan y el tiempo que pasan en cada una de ellas o los diálogos de los chats que mantienen.

Ahora bien, esta actitud choca frontalmente con el concepto de padre que por naturaleza confía en su hijo, que lo educa para ser un adulto responsable, y que considera que sin motivos no hay nada que justifique una intromisión de este tipo en la vida privada de cualquier persona, y mucho menos de sus hijos. El objetivo de este segundo grupo, quizás a veces poco realista, no es hacer caso omiso de los hábitos de sus hijos cuando estos están online sino  limitar el uso de todos los aparatos electrónicos al máximo y postponer la compra de smartphones todo lo que sea posible. Fomentar actividades de exterior es desde luego una saludable forma de vida y hace que el tiempo que se pasa en internet sea menor y por consiguiente disminuyan los riesgos que la red conlleva.

Pero, entonces, ¿Quién tiene razón? ¿Quién está equivocado?

Yo creo, que al igual que en cualquier otro aspecto de la vida, el sentido común es la única  herramienta que se debe aplicar. Para criar niños seguros de sí mismos y autosuficientes, lo que al final es el principal deseo de cualquier padre, hay que saber mezclar bien todos los ingredientes. En el fondo, un padre no es muy diferente de un cocinero y para que un guiso esté sabroso tiene que llevar un poco de todo y cada cosa en la cantidad adecuada. Hay que vigilar los tiempos de cocción pero también dejar que se haga a su ritmo. Y por supuesto, cada  cocinero tiene sus trucos y ningún plato queda siempre igual.

¿Qué opináis vosotros?