Después de un verano marcado por el desplome generalizado de su valor, muchas criptomonedas han perdido -con creces- las enormes ganancias que experimentaron el invierno pasado. El valor de los tokens digitales ha caído alrededor de 515.000 millones de euros, un 75% de su valor máximo a principios de año.

En los últimos meses de 2017 se lanzaron al mercado de las criptodivisas más inversores que en los diez años anteriores. Coinbase, uno de los grandes actores del sector en EE UU, duplicó su número de clientes en apenas seis meses y plataformas como Square comenzaron a fomentar la adquisición y el pago con bitcoins a través de aplicaciones móviles para generalizar su uso. Menos de un año después, las estadísticas señalan que la inmensa mayoría de clientes en Coinbase y Square que adquirieron criptomonedas en cualquier momento durante los últimos nueve meses habrá registrado pérdidas.

También es cierto que los mercados de divisas virtuales ya habían pasado por momentos de auge y desplome y, hasta ahora, siempre han logrado recuperarse. Pero este desplome amenaza con tener un impacto más duradero en la generalización de esta tecnología, en razón de la gran cantidad de ciudadanos que invirtió en tokens digitales a lo largo del último año y que, probablemente, asociará las criptodivisas con estafas y ruinas durante mucho tiempo.

Por eso, una de las consecuencias más graves puede ser el daño a la imagen de estas divisas, especialmente en lugares como Corea del Sur y Japón, donde antes del año pasado la actividad en este sector era mínima y en los que inversores con poca experiencia se lanzaron con entusiasmo en los picos de valor. En Corea del Sur, los mayores centros de intercambio abrieron incluso comercios físicos para facilitar la inversión a las personas que no se sentían cómodas haciéndolo en línea, que ahora han quedado desiertas. Robos masivos y la caída del valor acabaron por derrotar a los usuarios.

El futuro de las divisas digitales

Gran parte del enfado generado en los inversores se dirige hacia las monedas virtuales más pequeñas, o alt coins (monedas alternativas), que muchos empresarios vendían en las llamadas ofertas iniciales de monedas o ICO (Initial Coin Offering en inglés). Se suponía que estas monedas servirían en un futuro cercano como mecanismos de pago en las nuevas plataformas de software que los empresarios estaban desarrollando pero, en realidad, casi ninguna de esas empresas acabó materializando el software prometido. Muchas de esas nuevas monedas quedaron expuestas como simples estafas y algunas que no lo eran han terminado desprovistas de valor, y sólo sirven como activos para especular.

Aun así los partidarios de las divisas digitales siguen creyendo en el potencial del sector. Algunos de los grupos que recaudaron dinero el año pasado siguen trabajando en los productos que prometieron, con muchos ingenieros serios elegidos para los proyectos, pero se ven confrontados a la lucha contra el parón en las inversiones derivado de la caída de su valor. En estos últimos meses parece que la tendencia ha cambiado, huyendo de los usuarios anónimos a los grandes inversores privados (grupo de capital riesgo, fundaciones, etc), que tienen los medios y la paciencia para esperar a la próxima ola.

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