Biometria- panda security

Las hemos dado por muertas tantas veces, y tantas han sobrevivido o revivido, que las viejas contraseñas ya parecen inmortales. Son la medida más habitual, y una de las más controvertidas, para proteger páginas web, aplicaciones, dispositivos y servicios electrónicos de todo tipo.

Son omnipresentes y, a estas alturas, tienen pocos secretos para la mayoría: sabemos cómo funcionan, cuáles son sus ventajas y cuáles sus inconvenientes. Nos han explicado cómo elegir una robusta (mezclando letras, números y símbolos; desechando datos personales como el nombre de nuestra mascota; evitando reutilizar…) y nos han dicho por activa y por pasiva que debemos cambiarla de vez en cuando. Nunca se sabe cuándo acabará en malas manos tras un ciberataque y su consiguiente filtración.

También sabemos que, por sí solas, las contraseñas son frágiles y vulnerables, sobre todo porque resulta muy sencillo engañarnos para que las revelemos (obviamente, sin querer). De ahí que nos recomienden activar la verificación en dos pasos siempre que se encuentre disponible y que se hable de un futuro en que las claves irán acompañadas de otros mecanismos de seguridad, en especial la famosa biometría.

Las contraseñas, en el futuro, las contraseñas irán acompañadas de una segunda medida de seguridad biométrica.

La huella dactilar, por ejemplo, tiene una ventaja importante: es única e irrepetible. La tuya es tuya y no se parece a la de nadie más. Eso es fantástico desde el punto de vista de la seguridad, pero también puede ser la peor de las noticias: si un cibercriminal logra copiarla, no hay forma de que puedas obtener una nueva. No es tan fácil como elegir otra combinación de letras, dígitos y signos.

Esto es, en resumen, lo que uno debe saber acerca del pulso entre lo antiguo (contraseñas) y lo nuevo (factores biométricos como la huella o el iris). Pero hay otra cuestión muy importante que solemos ignorar: ¿está la gente dispuesta a dar el salto de un sistema a otro? ¿Estamos preparados para enterrar a la vieja clave y dar la bienvenida a la seguridad basada en nuestro propio cuerpo?

Un reciente estudio viene a demostrar que no. El 58% de los usuarios sigue decantándose por la contraseña cuando les preguntan por su método de autenticación favorito, muy lejos del 10% que ya opta por la huella dactilar (que se ha popularizado gracias a los lectores que incorporan casi todos los ‘smartphones’ de gama alta) y aún más del 2% que se decanta por el reconocimiento facial, de voz o de iris.

El 58% de los usuarios prefiere la contraseña, muy lejos del 10% que ya opta por la huella dactilar.

En lo que respecta a la biometría, solo el 9% de los encuestados considera que recopilar información de este modo está exento de riesgos. De hecho, un 26% opinan que la autenticación basada en el cuerpo es, directamente, una práctica arriesgada.

Así las cosas, parece muy difícil que las empresas estén en condiciones de dar el salto a la autenticación biométrica. Sus empleados no estarían dispuestos a aceptar, al menos de primeras, un sistema que les gusta mucho menos que las contraseñas y que juzgan inseguro.

El futuro, por lo tanto, parece pasar por una convivencia irremediable. Contraseñas y biometría están condenadas a entenderse y cooperar durante cierto tiempo. Los sistemas mixtos serán la norma durante los próximos años.