Han pasado ya un par de semanas desde que celebramos el 3rd Security Blogger Summit en Madrid, y por fin encuentro un hueco para escribir mi visión personal sobre los temas que se trataron en la charla.

El evento, al que asistieron más de 300 personas, fue todo un éxito, además de una gran oportunidad para juntarnos unos cuantos del sector y poder intercambiar impresiones con un café en la mano.

Los ponentes fueron cinco personajes muy reconocidos por su relación con el mundo Internet. Enrique Dans, Chema Alonso, Rubén Santamarta, Elinor Mills y Bob McMillan estuvieron a la altura dando un discurso muy certero e interesante. Los temas que se trataron en la mesa redonda fueron ciberactivismo y ciberguerra.

Me gustaría dar unos apuntes sobre la primera parte del debate, que comenzó el moderador Josu Franco señalando la definición que Wikipedia daba para ciberactivismo. Enrique Dans afirmaba que “fenómenos como el de WikiLeaks serán imparables y cada persona podrá dar a conocer información relevante desde un sitio web, aunque lo hará de forma intoxicada, porque no ejercerá como un medio de comunicación”, mientras que Bob McMillan opinaba que “la importancia de WikiLeaks es la misma que la de el New York Times. WikiLeaks ha ayudado a quienes deseaban filtrar información y pensar en cambiar la ley cuando se producen ataques de denegación de servicio como en la “Operación Vengar a Assange” es muy difícil, aunque creamos que estos casos de ciberactivismo puedan ser legítimos”.

Chema Alonso comentaba que “la evolución técnica está cambiando la forma de manifestarse y ya no es necesario ser 3 millones de personas para hacerse notar”, y Rubén Santamarta afirmó que “el ciberactivismo ha surgido de la situación global que vivimos”. Por su parte, Elinor Mills señalaba que “las personas hemos sustituido las juntas de vecinos por las herramientas que nos facilita Internet”.

Para mí, el ciberactivismo es una realidad. Y ahora está más de moda que nunca. Lo que no está claro es hasta qué punto las acciones que llevan a cabo pueden resultar en un perjuicio evidente hacia algún tipo de servicio que las instituciones o empresas atacadas puedan prestar por Internet. Y este punto sí se debería regular. Ahora, esto es muy diferente a que la gente tenga el derecho de manifestarse y protestar contra aquellas causas con las que no está de acuerdo. Es como si negáramos el derecho a manifestarse libremente en el mundo físico. Lógicamente, no todo vale en este marco, existen regulaciones que condenan las revueltas que causan daños. En este caso, me imagino que el siguiente paso será igual: intentar regular que los efectos no causen daño, pero en ningún caso sería conveniente coartar la libertad de expresión y de protesta.

Tendrán que pasar todavía muchos años hasta que las diferentes fuerzas de seguridad mundiales, así como los Gobiernos, se pongan de acuerdo en cómo regular la Red. Por definición, Internet es una plataforma libre y abierta, y precisamente en estas características se basa la dificultad de controlarla. Y en el hipotético caso de que se llegase a controlar, perdería la esencia de su naturaleza. De hecho, ya hemos sido testigos de bloqueos no en sí de los contenidos de la red, sino del acceso desde determinados países, como puede ser el caso de China, de Cuba o recientemente de Egipto, debido a las revueltas civiles. Todos los gobiernos, incluidos los democráticos, asisten preocupados a cómo Internet permite a los ciudadanos un acceso libre a la información, por lo que vamos a asistir a un intento de control claro. No en vano ya se han llegado a oír propuestas del tipo “pasaporte para acceder a Internet”.

El fenómeno de Wikileaks va más allá de Internet en sí mismo, trata sobre la libertad. No recuerdo que se intentara cerrar el Washington Post cuando sucedió el escándalo Watergate. Si hubieran llegado a cerrar el Washington Post, otros medios hubieran salido en ayuda de éste para hacer pública la información. Lo mismo ha sucedido en el caso de WikiLeaks. ¿Tiene sentido ponerle puertas a la libertad de expresión?